En Buenos Aires no existe la cuadra donde no haya un kiosko de flores,
son como pequeñas góndolas donde puedes encontrar todos los colores, formas y aromas que quieras.
Casi ni me sé
los nombres de la cantidad de flores que he visto, son puntos de romanticismo que tiene esta ciudad, puntos de aire libre que le dan un sentido a cada calle.
Me paro en la esquina y puedo ver a la florista hacer los ramitos, elegidos meticulosamente por colores consonantes. El ramo hecho para la cita, la madre o por que no, para él.
Hay una mágica sensación que te llenan de alegría misteriosa en una cuadra y digo para mis adentros, son lindos los argentinos y como si estuviera en una teleserie de aquellas, sonrío hasta el semáforo con cara de boluda.
Me gustan las flores de esta ciudad, sus canciones y cuando están en las manos de esos oficinistas de las 7, que con un ápice de vergüenza se las llevan a alguien especial o quizás no tanto.
Pero que valida es la flor.
Una flor de florería verde tipo góndola que jamás cierra, está todo el día abierta y de noche también, quizás porque el florista se apiada de esas flores que no vendió y impidiendo que se ahoguen se opone a cerrar su local, quizás las quieren tanto que no es capaz de verlas marchitas por la mañana y prefieren dormir con ellas esperando que por alguna razón pase ese enamorado de las 6 de la mañana y se lleve los lirios que nacieron recién.
Son cosas en las que me fijo aveces, sin querer queriendo.